viernes, 24 de agosto de 2012
Serie de La ruleta de los sueños... Los sueños de ahora... y después
Esta serie, que apenas comienzo y pronto publicaré demás entradas, conforman un
compendio de cuentos de diversas perspectivas del mundo, de la vida y de lo que nos
rodea, tan sencillo como ver un bosque del otro lado del estanque, así como los
sueños se desvelan.
El título de la colección es: La ruleta de los sueños.
Los nueve sueños de ahora... y después.
El título del cuento: En los muros de arena.
Aún estoy recuperándome, la operación y sus efectos son insoportables. Me hundo en
ilusiones. Solo y desnudo, en medio del Hospital General de la Ciudad de México. Hay
un hombre de pie, me mira como yo he mirado a las hormigas. Viste una escabrosa y
vieja túnica negra azulada. En su regazo, tomando una gran lápida de piedra ha
apuntado mi nombre, desde hace mucho. Ahora lo busca, yo no lo he dicho, pero él lo
conoce. De la inhóspita bastedad una voz descarnada allana relampagueante mis sordos
oídos. Es él, el que me habla. Tienes que ver nueve acontecimientos. Son nueve
sueños, y éste es el primero.
La oscura niebla se ha desvanecido. Camino por el pasillo más espantoso y macabro en
el que haya estado, bien iluminado por el brillo de la antorcha que llevo en mi mano.
Conozco el camino, soy yo. No es mi cuerpo. Mi preocupación me ha exaltado lo
suficiente para arrancarme un tremendo miedo que no había sentido desde que me
hablara aquél gigante. Trato de ocultarme, llevo algo importante conmigo. Mi mano
derecha aprieta lo suficiente un montón de pergaminos imprescindibles para quien sabe
que asunto, aún hoy lo desconozco. Hay letras en ellos, las he leído antes y en otro
lugar. Trato de hallar sentido de todo lo que hay en su interior, por más que lo
intento la idea que concibo de su significado se desprende de mí, sin dejarse
atender. Se aleja como un recuerdo que se niega a surcar el mar de mi pensamiento.
Hay muros de arena rodeándome, estoy completamente agotado. La vereda continúa sin
disuadirse en cualquier dirección. Siempre hacia el norte. La quietud es incómoda, la
soledad atroz. Hay algo al término de éstos muros tan angostos que aprietan cada vez
más. Tengo miedo. Mi cabeza me pesa, llevo algo encima. La manta blanca que me cubre
esta manchada de suciedad y sangre, ha quedado amarillenta. Me persiguen, están atrás
de mí, se acercan con rapidez. Dejo el pasillo y entro con los pergaminos a una
grieta oculta de los muros. Existen tumbas que me rodean, tumbas y huesos rotos,
muertos que se entrelazan.
Han llegado a mí. Han entrado a la misma grieta que yo. Los tengo encima y no me
dejan mover. Mi hoja es inútil, ha caído al suelo. Mi antorcha desaparece a su paso,
se aleja de mí como todo a mí alrededor. Los muros están derrumbados… He llegado por
fin. La puerta de mi hogar esta frente a mí. He despertado.
Autor: Salvador Daniel Arzamendi Martínez.
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